lunes, 14 de agosto de 2017

Último recurso


Listen to the rhythm of the falling rain telling me just what a fool I've been, I wish that it would go and let me cry in vain and let me be alone again.

(Fragmento de la canción “Rhythm of the Rain” de John Claude Gummoe)

─… ¡debo intentarlo, Güicho, es mi último recurso! ¿Cómo me dijo Suzy? Primero un paso al frente, levanto la rodilla, uno, dos… ahora el otro pie al frente y la otra rodilla, uno, dos… ¡ah! Y levanto los dos brazos apuntando al cielo al mismo tiempo, uno, dos, uno, dos… y grito eso de “¡Ay-ya-ya-ya!, ¡ay-ya-ya-ya!...”.

Por fin desistí de convencerlo de lo contrario y mejor me hice a un lado y me senté en la barda de la azotea donde nos encontrábamos los dos discutiendo lo ridículo de éste, su último recurso: hacer llover con su danza para arruinarle los planes a Pily, una muchacha de su barrio con quien estaba obsesionado.

─¡Güicho!, era así, ¿no? Uno, dos, uno, dos, ¡Ay-ya-ya-ya!, ¡ay-ya-ya-ya!...

─Yo no sé y ni me interesa. Ya bastante incómodo fue para mí llamar y presentarte a mi ex para que te enseñara ese baile. Haz lo que quieras, ya te dije que esas son puras tonterías para mí. Mejor me tomo mi cerveza aquí donde estoy ─volteé hacia la acera de enfrente donde alguien que reconocí caminaba─. ¡Mira! Ahí va Irene, ¡qué bien se ve en ese vestido!

─¡Estás jodiéndolo todo, Güicho! No ayudas a la “conciencia colectiva del cosmos”, entre más seamos, mejor. Ven y baila conmigo, uno, dos, ¡ay-ya-ya-ya... !

─¿En serio crees que puedas hacer llover con un bailecito como ese? Te recuerdo que Suzy no es ninguna chamana ni sacerdotisa ni bruja ni nada de eso, nada más es folclorista de los amerindios. Además casi ni hay nubes, ¿en serio esperas que toda la ciudad se llene de nubes para que Pily no salga hoy a ese paseo con su exnovio? ¿No crees que los “dioses” tienen asuntos más importantes por atender que hacer llover para ti?

─¡Esa es mala actitud, Güicho! ¡Tus “malas vibras” no ayudan! ¡Perdí el ritmo! ¡A ver, otra vez! Uno, dos, uno, dos, ¡ay-ya-ya-ya, ay-ya-ya-ya… !

─¡Al cosmos no le importas, César! Y creo que el universo más bien no quiere que tú y Pily estén juntos. ¿Qué pasó la primera vez que le ibas a hablar? Recibió una llamada justo en ese preciso momento y salió corriendo apurada. Luego, la segunda vez, cruzaste imprudentemente el paso de bicicletas y se estrelló un pobre ciclista contigo, ¿y Pily? ¡Ni en cuenta! Estaba de espaldas y muy lejos para siquiera notar tu accidente y lo golpeado que quedaste. ¿Y luego?, ese fin de semana que le llamaste a su teléfono, no sé cómo conseguiste su número pero, ¡ni se te entendía lo que hablabas! En buen momento se te ocurre conocer el vodka-martini de James Bond y tomarte tres en media hora. Lo bueno, es que nunca supo quién la llamaba y nada más te colgó, gran primera impresión le hubieras dado.

─¡Mejor cállate si no me vas a ayudar, Güicho! ¡Ya me hiciste perder el ritmo otra vez! ¿Sabes qué? Voy a cambiar el paso, al fin todo esto tiene que ver con fe y yo tengo mucha en este momento. ¡Manos entrelazadas por atrás! Y el zapateo era… ¿cómo era? ¿Cómo me enseñó la maestra? Tacón, tacón, punta, punta… sí, creo que así era, uno, dos, tres, cuatro, uno, dos, tres, cuatro y, ¡claro!, el canto: “¡Negrita de mis pesares, ojos de papel volando, a todos diles que sí pero no les digas cuándo… !”.

─¡Ja! ¿Ahora “El son de la negra” va a hacer llover? Mejor intenta con “La llorona”, creo que también la bailaste de niño en la primaria, ¿no? A lo mejor los dioses lloran al verte y por fin nos llueve algo.

Le dije esto con burla y le di otro trago a mi cerveza. Detuvo el baile, subió a la barda y levantando los brazos exclamó al dios del agua:

─¡Vamos Tláloc! ¡Ayúdame! ¿Qué te cuesta una lluvia? ¡Ya perdí el ritmo otra vez! ¡Otro paso! ─bajó de la barda al piso de la azotea y continuó─ El “moonwalker” de Michael Jackson, ese sí me salía bien… sí… así, deslizo con la punta, luego la otra y, ¿cómo era la letra? ¡Ah, sí!: “Billie Jean is not my lover, she's just a girl who claims that I am the one…”, luego me agarro la entrepierna y termino con un: “¡Yiii, jiii!, ¡Auuu!”.

─Se va a morir nuevamente el “Rey del Pop” si te ve bailando, César, pero… tal vez coopere con unas lágrimas, eso sí ─nuevamente le dije con sarcasmo.

─No, ¡no está funcionando, Güicho! ¡Más fe! ¡Necesito más fe!

Detuvo el baile drásticamente y se subió de pie sobre la barda nuevamente y gritó al cielo:

─¿¡Qué quieren de mí!? ¿¡No van a ayudarme en el amor, malditos dioses!? Sólo soy alguien que quiere compartir su vida con Pily, ¿no merezco una ayudita? ¿Dónde están? ¡Los necesito aquí!

─¡Desiste, amigo! Mejor tómate una cerveza conmigo ─le dije.

De repente, por detrás de nosotros encima del techo de la terraza en la azotea donde nos encontrábamos, un cielo nutrido de nubes que no habíamos visto antes se asomaba al tiempo que nos deslumbró un rayo seguido del trueno casi a la par. Siguieron varios relámpagos y César y yo nos quedamos viendo el cielo varios minutos.

No pasó mucho tiempo en que sentí una gota en la cara, ¿habría escuchado Tláloc? César, saltó de la barda hacia el piso de la azotea y volvió a iniciar el baile y canto “originales” con piernas y brazos.

─Uno, dos, uno, dos, ¡ay-ya-ya-ya, ay-ya-ya-ya, ay-ya-ya-ya… !

Impresionado un poco de sentir las gotas, decidí gritar junto con él; sin soltar mi cerveza, ¡por supuesto! Me subí también a la barda y levanté los brazos al tiempo que grité:

─¡Tláloc! ¡Venga esa maldita lluvia! ¡Mójanos con tu santo goteo! ─César volteó sorprendido hacia mi y luego reanudó su baile y yo junto con él. Después de unos minutos en que insistíamos con nuestro “ritual”, el cielo se veía más nublado y llegaron las gotas gruesas y tupidas casi inmediatamente. Detuvimos el baile y él subió nuevamente a la barda de la azotea y con los brazos levantados y puños cerrados gritó:

─¡Gracias Tláloc! ¡Gracias Dios o… dioses! ¡Lo sabía! Lo sabía ─volteó hacia mí─. ¿Ves Güicho? El cosmos SÍ quiere que invite a salir a Pily.

─Pues… hoy Tláloc parece que te hizo caso, César, pero tengo mis dudas todavía ─le di un trago más a mi su cerveza mientras la lluvia comenzaba a arreciar. Decidimos refugiarnos debajo del techo de la terraza.

Mientras, en la acera de enfrente, una muchacha buscaba refugiarse de la lluvia y llegaba casi corriendo hasta un pequeño techo que sobresalía en la entrada de una de las casas. La reconocí inmediatamente.

─¡Güicho! ¡Mira enfrente, es Pily!

Me gritó César señalándome a la muchacha. Aunque arreciaba todavía más la lluvia, caminó hacia la barda y, agitando un brazo, le gritó:

─¡Pily! ¡Hola Pily! ¡Acá arriba!

Después de unos instantes de tratar ubicar la procedencia del grito, volteó hacia donde se encontraba mi amigo y le contestó:

─¿César? ¿Qué haces ahí mojándote? ¡Te vas a enfermar!

─¿Qué?

─¡Que no te mojes! ─el sonido de la lluvia nos impedía escuchar bien a los tres.

─¡Discúlpame, Pily! ¡Está lloviendo por mi culpa! ─le gritó César.

─¡Ay! ¡No te escucho bien! ¿Que está lloviendo por tu culpa? ¿Eso dijiste?

─¿Qué? ¡No te escucho! ¡Espérame ahí!

Sin pensarlo dos veces, bajó como pudo de la azotea y no le importó mojarse en la fuerte lluvia que ya nos empapaba. Lo vi cruzar la calle corriendo y se refugió ahí mismo donde se encontraba Pily. Los vi conversar y luego reírse por algo que ha de haberle dicho mi amigo. Pasaron pocos minutos y, sin más, salieron de su refugio los dos y comenzaron a caminar sin importarles la lluvia. Varios pasos después, César y Pily voltearon hacia donde yo estaba y se despidieron agitando un brazo. Hice lo propio también y les sonreí.

Al verlos ya de espaldas caminando tranquilamente bajo el aguacero, le di un sorbo más a mi cerveza y pensé para mis adentros: “Todavía no me convences, dios de la lluvia, pero… ¿habrá alguna manera en que me ayudes el lunes con Irene?”

Roy Lobo (14.ago.2017)