jueves, 20 de abril de 2017

Diálogos entre Atlein y Tlamat (I)

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Atlein, como acostumbraba desde que regresó de su aventura en el poniente, volvía al refugio después de largo tiempo en el que observaba el cielo nocturno tirado en la cima de esa colina que frecuentaba en esos días. Después de vacilar otro momento afuera de la entrada de nuestro refugio y donde le dio una última mirada a la luna, por fin entró listo para descansar después de un día provechoso de caza y recolección de frutos secos, tareas de las que dependíamos en esos días durante el tlaseseyan en que la luz duraba menos tiempo que las noches.

Visitábamos poco la gran ciudad para intercambiar nuestros productos en los tianguis; en realidad evitábamos ir y es que, además de necesitar casi un día completo para hacer el viaje a buen paso, contábamos con algunas amistades viajeras procedentes de ahí que gustaban detenerse a descansar en cada ocasión debajo de las sombras regaladas por un grupo de frondosos árboles que nos hacían el favor de crecer aquí alrededor del refugio. Yo mismo planté varios de esos árboles cuando Atlein era un niño muy pequeño.

Ya tendría él dieciséis o diecisiete años pero, a falta de otras personas con las que pudiera interactuar, no le quedaba más remedio que conversar conmigo. Conforme pasaba el tiempo se interesaba cada vez más en mis opiniones; se había vuelto un joven muy reflexivo después de su aventura. En las tardes ya casi para anochecer, encontraba siempre el tiempo de tirarse en ese lugar del que se apropió años atrás, dejaba que la noche se acercara y aparecieran las primeras estrellas; le gustaba mirarlas y reconocer formas que tiempo atrás habíamos descubierto y nombrado él y yo.

Algo habrá reflexionado aquel día a la luz de la luna que no se durmió inmediatamente después de recostarse; con los ojos abiertos y mirando hacia nuestro techo, algo interrumpió sus pensamientos de tal manera que se incorporó en su lecho y decidió compartirme:

─Padre, cuando hablas de todos los ipalnemohuani, incluso de la Dualidad y el propio Ometéotl, no hablas de ninguno de ellos como si fueran dioses, al menos no como hablan de ellos los sacerdotes de los templos de la ciudad. Aunque comprendo ese modo especial que tienes de entender las cosas, me pregunto si así lo podrían entender los sacerdotes.

─Los sacerdotes que conozco son todos intolerantes a ideas como éstas y más los de la ciudad. Son muy pocas las personas con las que puedo compartir estos pensamientos y casi ninguna de ellas vive ahí, tú eres una de esas pocas personas. No niego que deseo debatir con ellos estas ideas para abrirles los ojos a todos los que los siguen y escuchan, me gustaría mucho que dejaran de temerles y que fueran libres de pensar lo que quieran pero, en el mismo momento en que un sólo sacerdote me señale como “blasfemo” enfrente de todos… no imagino el alcance de lo que pasaría.

”No dudo que en el mejor de los casos me encierren por varios días y eso a cambio de que me desdiga con la misma contundencia con la que haya cuestionado… pero, en el peor de los casos, podría ser yo el siguiente sacrificio para apaciguar “dioses ofendidos”, según ellos.

─Eso es lo que me preocupa, Padre… aunque ya comprendo que lo tienes en cuenta.

─Pero, ¿sabes qué es lo que más me desanima de decirles? Que sería esa gente a la que quiero ayudar la que se avalance en mi contra por cuestionar la “sagrada” autoridad de los sacerdotes. La experiencia me ha enseñado que ayudar a quien no se deja ayudar es, casi siempre, una mala decisión y un proceso doloroso en todos los casos.

Yoltic fue uno de esos pocos casos dolorosos que valieron la pena, mucha pena. Cuando teníamos tu edad no había día en que no tuviéramos uno o los dos ojos morados por las discusiones que teníamos a la salida del templo y que terminaban en golpes. Mucho tuvimos que aprender desde entonces pero, ya ves, nos sigue trayendo mercadería cada vez que pasa por aquí y me da mucho más de lo que le pido a cambio de lo nuestro. Él es otro de los pocos que conoce mis ideas.

─¿Y no temes que te delate?

─No tengo por qué, él también comprende mi forma de describir la religión y los dioses. Además, no lo ha hecho en todos estos años, creo que si hubiera querido entregarme ya lo hubiera hecho, ¿no crees? Él mismo me ha dicho que una de las razones por las que es un mercader es por salir de la ciudad y no tener que escuchar los mismos ritos y sermones todos los días. Ha de ser duro ser el primogénito de padres tan devotos a los ritos en honor a los dioses.

─Pues esperemos que todo siga así, Padre.

─¡Claro que sí! De algo sirve vivir lejos de ese lugar. ¿Ya estás más tranquilo?

─De eso sí pero… todavía tengo otra pregunta. Ésta es acerca de los dioses y de tu forma de hablar de ellos. La religión dice que Ometéotl se divide en Ometecuhtli y en Omecihuatl y de ellos surgen los demás creadores Tezcatlipoca, Quetzalcóatl, Tláloc y Ehécatl y luego nacen Coatlicue, Tonahtiu y luego de ellos Huitzilopochtli… y así todos los demás dioses patronos. Cada uno de ellos tiene su creador excepto Ometéotl que “se creó a sí mismo” según los sacerdotes y lo que tú me has dicho pero quiero saber qué piensas tú, ¿cómo es que alguien o algo que no existe en un principio puede crearse a sí mismo partiendo de nada?

Me sorprendió la pregunta, nunca hubiera creído que un joven de su edad se interesara por esa clase de dudas y tan elocuentemente. Se me olvida constantemente que regresó más maduro de su experiencia en el poniente. Di gracias a todos los ipalnemohuani (a quienes, irónicamente, yo muchas veces he negado) porque me hiciera esa pregunta a mí y que no llegara a oídos de los sacerdotes. Solo acerté a responderle:

─Ya es tarde, Atlein, pero te prometo que mañana te digo lo que pienso… siempre y cuando terminemos antes nuestras tareas porque necesitaremos más tiempo que el que hoy tuvimos ─sentencié pensando que tal vez tendríamos mucho trabajo y se le pasaría el deseo para entonces─. Duerme ya y nos preparamos para eso mañana.

Me pregunté luego a mí mismo en silencio:

─Mañana, mañana… ¿qué clase de respuesta le daré mañana si no se le olvida? Porque a mí no se me olvidaría esa pregunta que tantas veces me he hecho. ¿Cómo se contesta una cuestión que yo mismo no entiendo?.

Roy Lobo (21.abr.2017)

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